Si tuviera que hablar de mi...

Tengo 24 años y nací un siete de enero en Buenos Aires. Me gusta imaginar que fui una entrega tardía de los Reyes Magos.

Aunque actualmente vivo en capital, toda mi infancia y adolescencia transcurrió lejos del caos porteño: crecí en el interior del país, en una pequeña ciudad al sur de la provincia de Santa Fe, junto a mis hermanos y padres. Mi papá, abogado penalista, me enseñó a debatir los temas sociales, a investigar y a indagar. Mi mamá, docente y escritora de libros infantiles, me integró en su trabajo, en su pasión por la educación y la literatura.

En mi adolescencia leía muchos libros de fantasía y suspenso. Los primeros indicios de que un día me convertiría en periodista ya comenzaban a aparecer: junto con una amiga, grabábamos programas de radio para luego reproducirlos frente a toda mi familia.

Una frase que siempre recuerdo de mi mamá es “¡Ay querida!, vos vas a ser periodista”, que la repetía luego de las horas que me pasaba en el teléfono conversando con mis amigas, a quienes había visto sólo unos instantes atrás. El celular llegó a mis 14 años, me fascinaba, pero mis padres me controlaban su uso.

Los idiomas también fueron parte esencial de mi vida. Desde pequeña, mi mamá y mi abuela me incentivaron para que aprenda inglés como segunda lengua y que lo pudiera hablar fluido y perfecto. Cuando aprendía palabras nuevas, muchas veces sentía como si las redescubriera, porque ya las sabía y simplemente surgían naturales de mi boca. 

Esta facilidad me capacitó para rendir con éxito todos los niveles de inglés de Cambridge, continuar, más adelante, con mis estudios en el extranjero y escribir para un periódico norteamericano.


Sin embargo, mi primer gran paso fue despedirme de la ciudad que me había visto crecer para volver rumbo a mi origen, la gran ciudad de Buenos Aires, para estudiar lo que siempre había soñado: periodismo.

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